textos, pretextos, cuentos, poemas y excusas sin más pretensión que el de ser leídos

viernes, 13 de septiembre de 2013

Hay días... y hay días.



Hay días que al levantarte de la cama
piensas que lo que estás haciendo es un error,
que te arrepentirás de haber empezado el día.
Es en esos días, cuando los zapatos más aprietan,
el autobús pasa burlón ante ti sin detenerse
y llegas media hora tarde a ese trabajo que odias.
Es en esos días, cuando parece que el mundo
sólo desea ponerte a prueba una y otra vez,
cuando te caga una paloma,
se te mancha la camisa,
pisas un charco,
toses cuando enciendes el pitillo
ante la chica que promociona el ducados rubio
y te llaman cinco amigos:
dos para pedirte dinero,
otros dos para que se lo devuelvas
y uno para decirte que se acostó con tu novia.
Así que miras las horas con angustia
hasta que por fin llegas a casa,
te metes en la cama directamente
para, con suerte, no salir de ella.

Pero por fortuna,

hay días que al levantarte de la cama
piensas que lo que estás haciendo es un milagro,
y que te vas a comer cada minuto del día.
Es en esos días, cuando no miras hacia tus zapatos,
te encuentras a un amigo que te acerca al trabajo
y llegas media hora tarde porque desayunaste con él.
Es en esos días, cuando parece que el mundo
sólo desea darte regalos por tu existencia,
cuando una paloma come de tu mano,
cuando te echas unas risotadas
porque te manchaste la camisa,
cuando no hay charcos
porque el sol todo lo inunda,
cuando la chica del ducados te saluda
porque se acuerda de ti el día que tosiste
y te llaman cinco amigos:
dos para quedar contigo,
otros dos para devolverte dinero
y uno para decirte que te echa de menos y que te quiere.
Así que miras las horas con euforia
y no quieres llegar a casa,
ni meterte en la cama,
no vaya a ser que no salgas de ella.